Los protagonistas y los emisarios del colectivo
socializan la fiesta de la carne libre para confinar poderosamente
su sensualidad y su emotividad en el orden familiarista,
heterosexual, reproductor y burgués: lo que supone la desaparición
de las posibilidades de una escritura libertaria propia.
Comienzan entonces las escrituras tribales. Lejos de las aproximaciones
sensuales, de las biisquedas y de las errancias, lejos
de las historias individuales que recapitulan las historias colectivas
de la humanidad y hasta de la especie, el cuerpo,
educado y, por tanto, constreñido se abandona a las formas socialmente
aceptables de la libido. De ahí el advenimiento de la
hipocresía, el engaño a sí mismo y a los otros, el embuste, de
ahí también el reinado de la frustración permanente en el terreno
de la expansión sexual. Fijado el modelo, todo alejamiento
de él resulta culpable: monogamia, procreación, fidelidad
y cohabitación proporcionan sus puntos cardinales. Sin
embargo, el deseo es naturalmente polígamo, no se preocupa
por la descendencia, es sistemáticamente infiel y furiosamente
nómada. Adoptar el modelo dominante supone infligir violencia
a su naturaleza e inaugurar una radical incompatibilidad de
humor con el otro en materia de relación sexuada.

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