Allí donde actúan simulacros y partículas atómicas antiguas,
los paladines del hombre neuronal y de la biología de las
pasiones hablan de neurotransmisores y feromonas, de dopa-
mina y péptidos hormonales, de hipotálamo y luliberina, y con
toda la razón. Pero la intuición epicúrea sigue siendo válida: lo
infinitamente pequeño gobierna el mundo y conduce los cuerpos
al estilo de una providencia tiránica.
De ahí que sostengamos una concepción radicalmente materialista
del deseo: ni falta ni aspiración a lo completo, sino
exceso que tiende al desbordamiento. De manera inducida,
esta opción fisiológica supone una concepción particular del
otro: no es un pedazo identitario, un fragmento incompleto que
espera la revelación de sí mediante la superación de la alteridad
y la reconstitución de la unidad primitiva, sino una totalidad solipsista,
una entidad integral, una mónada absoluta totalmente
semejante a mí. Ontológicamente, la igualdad absoluta triunfa
entre los hombres y las mujeres. Lejos de las identidades platónicas
mutiladas, las individualidades materialistas se bastan a sí
mismas, y todas sin excepción evolucionan en el cosmos, entre
dos nadas, como planetas independientes y cometas libres.


El placer no reside en un objeto hipotético, imposible de alcanzar,
siempre frustrante, sino en la dimensión radicalmente
real, visible y expansiva del mundo. El libertinaje invita a descubrir
el puro goce de existir, de estar en el mundo, de vivir,
de sentirse energía en movimiento, fuerza dinámica. También
en el terreno amoroso, sensual o sexual. Ampliar el ser a las
dimensiones del mundo, condescender a las voluptuosidades
de la vitalidad que nos atraviesa permanentemente: he aquí el
arte de esculpir el tiempo, de convertirlo en un poder cómplice.


La ligereza triunfa
como virtud cardinal, como principio constructor del querer libertino:
no infligir nada y no soportar nada pesado, huir tanto
de la pesadez impuesta como de la pesantez sufrida. Querer la
vivacidad, la sutilidad, la delicadeza, la elegancia y la gracia
prohibiéndo(se) radicalmente la menor onza de peso en la relación
sexuada y sexual, amorosa y sensual. Una historia resulta
libertina cuando conserva absolutamente, hasta en los menores
detalles, la libertad de uno y de otro, su autonomía, el
poder de ir y venir a su antojo, de utilizar su poder nómada.


En todas las latitudes, el retrato
del libertino supone el nomadismo, la instantaneidad, la gracia
y la suerte, en las antípodas de los vicios de la inmovilidad: estado
sedentario, duración, pesadez y prudencia. El exceso contra
el ahorro, el gasto contra la pusilanimidad, el cuerpo contra
el alma, la vida contra la muerte, la alegría contra la tristeza, la
sensualidad contra la castidad, la soltería contra el matrimonio,
el contrato contra el instinto, la afirmación contra la negación.Michel Onfray



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