El papel de los periodos de declive consiste en desnudar a la civilización, en desenmascararla, en despojarla de sus prestigios y de la arrogancia derivada de sus realizaciones. Así ella misma podrá discernir lo que valió y lo que vale, lo que de ilusorio había en sus esfuerzos y en sus convulsiones. En la medida en que vaya desprendiéndose de las ficciones que aseguraron su gloria irá avanzando considerablemente hacia el conocimiento..., hacia el desengaño, hacia el despertar generalizado; promoción fatal que la proyectará fuera de la historia, a menos que haya despertado simplemente por haber dejado de estar presente y de sobresalir en ella. La universalización del despertar, fruto de la lucidez (y ésta de la erosión de los reflejos) es signo de emancipación en el orden del espíritu y de capitulación en el de los actos, en el de la historia precisamente, la cual se reduce a una declaración de quiebra: en cuanto nos ponemos a observarla parecemos espectadores consternados. La correlación maquinal que se establece entre historia y sentido es el ejemplo perfecto de verdad errónea. La historia posee un sentido, si se quiere, pero este sentido la incrimina, la niega constantemente, volviéndola picante y siniestra, lamentable y grandiosa; en una palabra, insoportablemente desmoralizadora.




 Hace mucho que sé que a los hombres no les da vergüenza existir.
Siempre me asombraron su marcha confiada, sus ojos interrogantes pero sin
pena, su porte altivo de gusanos verticales. No los he visto mostrarse
agradecidos a la tierra ni postrarse con melancólica piedad ante sus frutos
pasajeros. La adoración es un producto del aislamiento. ¡Y qué eternos serían
los mortales de todos los días si tuvieran bastantes ilusiones para que sus
pasos discurrieran por un universo de terciopelo! ¡Pero no! El hombre a su
paso sólo deja calamidades y desfiguración de la apariencia. No he visto en él
fiebres que llenen el espacio y hagan palidecer el cielo. La vida compartida con
los demás sólo es soportable en medio de un éxtasis común y no hay nada
más raro bajo el sol que el éxtasis.
¿Luce el sol para calentarnos? ¿Nos cubre la noche para que nosotros nos
cubramos de sueño? ¿Está ahí el mar para que lo conquistemos? Desde que la
utilidad apareció en el mundo, éste ya no es. Ya no es por encantamiento.
Únicamente la adoración respeta las cosas en sí mismas y la vida no es tal sin
las lágrimas de dicha de los sufrimientos que ella origina. Me subí con ella a
cuestas sobre sus prados mendaces mientras mi corazón se despedazaba a los
acordes de un canto fúnebre. ¿Cómo podría tragarme esa tierra que he regado
con mis lágrimas cuando la abrazaba y con mi sangre cuando la despreciaba?
¿Tendré que pudrirme en su seno, en el seno de la tierra que lo único que
tiene de eterno es la tumba? ¿No habrá ningún seísmo capaz de trasladar los
cementerios a una tierra más pura?
... Así llegas a bañarte con idéntica pasión en el nacimiento, la juventud y
la muerte, la nada y la eternidad, indiferente a los fines, asqueado de las
razones de ser y de los logros. Vayas donde vayas, siempre es lo mismo. Dices
eternidad, porque tus temblores han roto el tiempo y cuando es el tiempo el que
te ha roto a ti dices nada.
Un cálido soplo hincha las venas y entonces tiemblas de esperanzas y te
dices: vida, juventud, y te estremeces pensando en el amor y en el futuro. O
cuando en ellas únicamente circulan pensamientos y brisas de otoño entre
dolorosos silencios, entonces dices muerte y todas las zarzas del tiempo se
enroscan en tu alma.
Te das cuenta entonces de tu papel, eres un apasionado de las apariencias.
Enfermo de entusiasmo, sigues apegándote y despegándote a todo y de todo,
desgastando según las circunstancias, ciego o espabilado, la inconmensurable
temporalidad a la que te has entregado.(Emile Cioran)

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