Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer - ¡que la felicidad se sienta
en el trono! Con frecuencia es el fango el que se sienta en el trono - y también a menudo
el trono se sienta en el fango.
Dementes son para mí todos ellos, y monos trepadores y fanáticos. Su ídolo, el frío
monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos idólatras.
Hermanos míos, ¿es que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus concupiscencias?
¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre!
¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos de la idolatría de los superfluos!
¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!
Aún está la tierra a disposición de las almas grandes. Vacíos se encuentran aún muchos
lugares para eremitas solitarios o en pareja, en torno a los cuales sopla el perfume de mares
silenciosos.
Aún hay una vida libre a disposición de las almas grandes.
En verdad, quien poco posee, tanto menos es poseído: ¡alabada sea la pequeña pobreza!

Allí donde el Estado acaba comienza el hombre que no es superfluo: allí comienza la
canción del necesario, la melodía única e insustituible.
Allí donde el Estado acaba, - ¡miradme allí, hermanos míos! ¿No veis el arco iris y los
puentes del superhombre? –
Así habló Zaratustra.

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