LA SOSTENIBLE LEVEDAD DEL SENTIDO:

MODA E IDEOLOGÍA

Al igual que los objetos y la cultura de masas, los grandes
discursos de la razón se hallan atrapados por la irresistible lógica de
lo Nuevo, son arrastrados por una turbulencia que, si bien no es
absolutamente idéntica a la de la moda en el sentido estricto del
término, no por ello deja de ser menos análoga en sus principios.
Hoy día, también el mundo de la conciencia se halla bajo el orden de
lo superficial y lo efímero, tal es el nuevo reparto de cartas en las
sociedades democráticas. Precisemos acto seguido que no es cuestión
de pretender, hipótesis absurda, que el proceso frivolo se anexione
por completo la vida de las ideas y que los cambios ideológicos sean
dirigidos por una lógica de renovación gratuita. Se trata de demostrar
cómo logra infiltrarse hasta en las esferas a priori más refractarias
a los juegos de la moda. No estamos viviendo el fin de las
ideologías; ha llegado el momento de su reciclaje en la órbita de la
moda.
Nunca como en nuestras sociedades ha experimentado el cambio
en materia de orientación cultural e ideológica una precipitación
semejante, nunca ha estado tan sometido a la pasión. La rapidez con
que se han sucedido y multiplicado las fiebres de la razón desde hace
dos o tres decenios, es particularmente sorprendente: se han sucedido
o superpuesto en el hit-parade de las ideas la contracultura, la
psicodelia, el antiautoritarismo, el tercermundismo, la pedagogía
libertaria, la antipsiquiatría, el neofeminismo, la liberación sexual, la
autogestión, el consúmismo, la ecología. Paralelamente, han causado
furor en la esfera más propiamente intelectual el estructuralismo, la
semiología, el psicoanálisis, el lacanismp, el althusserismo, las filosofías
del deseo, «la nueva filosofía». Y los años ochenta continúan el
ballet con el viraje espectacular del neoliberalismo, al menos de
Estado, «la revolución conservadora», el retorno de lo sagrado, el
éxtasis de las «raíces», el culto a la empresa al carisma. En los años
1960-1970 la ideología contestataria e hipercrítica tuvo gran éxito,
igual que la minifalda, los Beatles, Marx y Freud superstars, suscitaron
exégesis delirantes, discursos miméticos en masa y multitud de
émulos y lectores. ¿Qué queda hoy de ello? En pocos años las
referencias más veneradas han caído en el olvido, «Mayo del 68, ¡es
viejo!», y lo que era «inabarcable» se ha vuelto «inquietante». No por
un cambio crítico, sino por desinterés: ha pasado una fiebre y se
inicia otra con la misma fuerza epidérmica. Al final, se cambia de
orientación en el pensamiento como se cambia de residencia, de
mujer o de coche; los sistemas de representación se han convertido
en objetos de consumo y funcionan virtualmente con la lógica de la
veleidad y del kleenex.


Hemos abandonado la época de las profecías seculares con
resonancias religiosas. En algunos decenios, los discursos y los
referentes revolucionarios han sido masivamente barridos, han perdido
toda legitimidad y anclaje social; ya nadie cree en la radiante
patria del socialismo, nadie cree en la misión salvadora del proletariado
y del partido, ni nadie milita ya para el «Gran Día». Nunca
insistiremos lo bastante en cuanto a la importancia histórica de esta
debacle del ideal revolucionario. Desde el momento en que se
hunden las convicciones escatológicas y las creencias en una verdad
absoluta de la historia, aparece un nuevo régimen de las «ideologías
»: el de la Moda. La ruina de las visiones prometeicas inaugura
una relación inédita con los valores y un espacio ideológico esencialmente
efímero, móvil e inestable. Ya no tenemos megasistemas,
queda la fluctuación y versatilidad de las orientaciones. Poseíamos la
fe, ahora tenemos el entusiasmo. Después de la era intransigente y
teológica, la era de la frivolidad de la ratón: las interpretaciones del
mundo han sido liberadas de su anterior gravedad y han entrado en
la atrevida embriaguez del consumo y del servicio al minuto. Y lo
fugaz en materia «ideológica» está sin duda destinado a incrementarse;
así, en pocos años hemos podido ya ver cómo los más «convencidos
» políticamente hacían tabla rasa de sus opiniones y daban
impresionantes giros de 180 grados. Sólo los idiotas no cambian de
opinión; los marxistas de ayer se han vuelto talmudistas, y los
«enragés» cantores del capitalismo, los héroes de la contestación
cultural se han convertido al culto del Ego, las hiperfeministas
ensalzan a la mujer en el hogar, y los fervientes de la autogestión los
méritos de la economía de mercado. Adoramos sin problema lo que
hasta hace poco arrojábamos al fuego. Esa inestabilidad no concierne
únicamente al hombre de la masa, sino también a la clase política,
como lo demuestra la corriente liberal reciente. No concierne únicamente
al individuo ordinario, sino a la propia clase intelectual, como
lo demuestran elocuentemente las repetidas piruetas de algunas de
nuestras starlettes hexagonales. La movilidad de las conciencias no
es un privilegio de nuestro tiempo. Lo que sí lo es, en cambio, es
la forma, casi sistemática, en que la inconstancia se ha generalizado
y se ha erigido en el modo dominante de funcionamiento «ideológico».
                                                                                                           Gilíes Lipovetsky

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