que la de la historia, y su verdad es, con todo, más profunda y
eterna que la de la historia. Desde la cólera de Aquiles hasta la nana de la
campesina que arrulla a su niño, ella ha acompañado nuestro corazón y le ha confiado,
día a día, las palabras talismanes con que alumbrar el camino de la vida.
Traicionarla es también traicionar a nuestra historia y a nuestra patria, y a
esa patria tan irrenunciable y primera que es nuestro lenguaje. Que sea nuestra
presencia y nuestra escucha un gaje de fidelidad a la poesía, que habita, como
la esperanza, en lo más alto de nuestros corazones.
El lenguaje es un fermento indestructible de unidad y
comunidad entre nosotros -acaso uno de los últimos que nos quedan. Es el
primer basamento, el estrato profundo en que se encuentra y se alimenta una
comunidad: no contaminemos el agua de la que bebe nuestra vida, no la dejemos a
merced de los mercaderes de excrementos. En épocas de desconcierto, anarquía
política y social, en momentos de bronca y violencia permanente, en los que la
agresividad y perversión con que nos bombardean los medios no parece tener
límite, es bueno recordarlo. Puede parecer una utopía inocente, una ingenuidad
elitista profesar la salvación por la palabra. Mucho más, por cierto, es
necesario. En verdad, el lenguaje no nos es suficiente, pero nos es necesario;
la palabra sola no puede salvarnos, pero no nos podemos salvar sin la palabra.
La derrota de la palabra implica una ceguera letal, un leso crimen de humanidad,
un craso fracaso que necesitamos conjurar por todos los medios a nuestro
alcance para no descender al infierno que nos proponen nuestros enemigos. Y en
el combate con las tinieblas, el hecho de que la luz, la inteligencia, la
alegría y el pan de la palabra estén con nosotros, que la veneración por el
misterio y la vida de la palabra esté con nosotros, no será ciertamente una de
nuestras menores ventajas.(Ivonne Bordelois)
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