No hay más que el arte de
habitar el tiempo puntual.
El placer no reside en un objeto hipotético, imposible de alcanzar,
siempre frustrante, sino en la dimensión radicalmente
real, visible y expansiva del mundo. El libertinaje invita a descubrir
el puro goce de existir, de estar en el mundo, de vivir,
de sentirse energía en movimiento, fuerza dinámica. También
en el terreno amoroso, sensual o sexual. Ampliar el ser a las
dimensiones del mundo, condescender a las voluptuosidades
de la vitalidad que nos atraviesa permanentemente: he aquí el
arte de esculpir el tiempo, de convertirlo en un poder cómplice.
Pongamos a distancia, tan a menudo como sea posible, la
negatividad que siempre busca un objeto.
En torno a este axis mundi epistemológico, el epicureismo
hedonista de Horacio genera consecuencias teóricas. Una metafísica
de la desilusión; no condescender a las palabras de orden
colectivas y generales que estructuran la religión social;
una ética de la aceptación de la necesidad: no rebelarse contra
aquello en lo que nos encontramos sin asidero y sin poder
intelectual, querer lo que revela la despiadada necesidad; una
exacerbación de la cura de sí: no despreciar el capital existencial
de cada momento de la existencia singular, celebrar todas
las ocasiones de gozar del mundo; una dietética de los deseos:
no conservar lo que en nosotros embota e incomoda nuestra
libertad, aspirar a la expansión y al gasto gozoso; una aritmética
de los placeres: no rechazar la satisfacción de los apetitos
salvo cuando diezma demasiado la serenidad y pone en peligro
la autonomía.
¿Y en materia de sexualidad? Los mismos principios: no prohi-

birse nada salvo lo que contraviene la paz del alma construida
con paciencia y hábitos continuados. Chicos y chicas, jóvenes
y no tan jóvenes, bellos o no, sagaces o no, únicos o múltiples,
sucesivos o contemporáneos, yuxtapuestos o simultáneos, no
importan los amores con tal que se practique un Eros ligero,
"accesible y fácil" dice Horacio -punto focal de todo libertinaje
desde su origen hasta nuestros días-. La ligereza triunfa
como virtud cardinal, como principio constructor del querer libertino:
no infligir nada y no soportar nada pesado, huir tanto
de la pesadez impuesta como de la pesantez sufrida. Querer la
vivacidad, la sutilidad, la delicadeza, la elegancia y la gracia
prohibiéndo(se) radicalmente la menor onza de peso en la relación
sexuada y sexual, amorosa y sensual. Una historia resulta
libertina cuando conserva absolutamente, hasta en los menores
detalles, la libertad de uno y de otro, su autonomía, el
poder de ir y venir a su antojo, de utilizar su poder nómada.Michel onfray

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