Politicas del acontecimiento Mauricio Lazzarato


Para volver a cuestionar las asignaciones identitarias, es preciso dejar de creer en la idea de que no hay más que un único mundo posible.Para los movimientos postsocialistas, la demostración de la igualdad no es más que la condición de la apertura a un devenir, a procesos de subjetivación heterogéneos. En los movimientos de mujeres,después de la primera fase de afirmación de la igualdad, de acuerdo con la doble lógica invocada por Rancière, se abrió un debate acerca de los límites de los conceptos de género y de diferencia sexual, que
habían sido definidos a través de la demostración de la igualdad. A partir de esas primeras adquisiciones igualitarias se desarrollaron prácticas de multiplicación de las “identidades” que son otros tantos procesos de subjetivación heterogéneos, procesos de subjetivación en devenir; identidades mutantes que despliegan un devenir múltiple, un devenir monstruo, una actualización de los “mil sexos” moleculares, del infinito de monstruosidad de los que el alma humana recela: las lesbianas, los transgéneros, los transexuales, las mujeres de color, los gays... La “crítica feminista del feminismo”, al encontrarse con el pensamiento post-colonial y el de las mujeres de color, se concentró en la “deconstrucción” del sujeto “mujer”, y salió así de la trampa de los dos mundos (masculino/ femenino) encerrados en uno solo (la heterosexualidad). Los “sujetos excéntricos” (Teresa de Lauretis), las “identidades fracturadas” (Donna Haraway), los “sujetos nómades” (Rosi Braidotti), piensan y practican la relación entre diferencia y repetición a partir del punto en donde se detiene Rancière (a través de esa extraña y “aporética” categoría de la “identidad
post-identitaria”.)
Los conceptos de género y de diferencia sexual del primer feminismo, construido sobre la lógica de la “demostración de la igualdad”, no eran suficientes y producían el mismo obstáculo a la comprensión de las “relaciones de poder que se (re)producen y se (re)producen incluso en el interior del mundo de las mujeres; relaciones que generan la opresión entre las mujeres y entre las categorías de las mujeres, y relaciones que ocultan o reprimen las diferencias internas en un grupo de mujeres, o incluso en el interior de cada una de ellas”. Las mujeres no son una “clase” que fusiona las diferencias en un sujeto colectivo totalizador, sino una multiplicidad, un patchwork, un
todo distributivo. “Nuestra sobrevida exige contribuir con todas nuestras fuerzas a la destrucción de la clase –las mujeres– (...) Somos tránsfugas de nuestra clase como lo eran los esclavos ‘cimarrones’ americanos al escapar de la esclavitud (...)”. Nos arriesgamos a caer en el “mito de la mujer”, dice Wittig, de la misma manera en que el movimiento obrero ha caído en el mito de La clase.
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“Los Bárbaros están bien entre los dos: van y vienen, cruzan y vuelven a cruzar las fronteras,
pillan o saquean, pero también
se integran y reterritorializan. O bien se hunden en el
imperio, del que se atribuyen tal segmento, se hacen mercenarios
o confederados, se establecen, ocupan tierras, edifican
ellos mismos estados (los sabios visigodos), o bien, por el contrario,
se pasan del lado de los nómades, se asocian a ellos y
se convierten en indiscernibles (los brillantes ostrogodos).”
Deleuze y Guattari

Lo que las feministas denominan una lógica y una práctica postidentitaria es la construcción de una pertenencia que no sea una asignación a una identidad; es el compromiso en un “devenir”. Según Isabelle Stengers, las ciencias experimentales contemporáneas dicen: no sabemos lo que es un neutrino, no podemos describirlo más que desde el punto de vista de las respuestas que da a los dispositivos que lo convocan. Las prácticas post-feministas dicen: no sabemos lo que puede un cuerpo, pero podemos convocar sus fuerzas y sus virtualidades a través de dispositivos, enunciados, técnicas que, al constituir agenciamientos, lo interrogan, lo hacen entrar en la esfera de las “preguntas y respuestas”. Desde ese punto de vista, la política es una puesta a prueba, una experimentación, para retomar el vocabulario del pragmatismo. No es solamente un compromiso en la urgencia del estar-contra, no es solamente
una definición de los “constantes” y de los “invariantes” del ser conjunto. Tanto la urgencia del compromiso como la acción para la igualdad deben subordinarse a una política del acontecimiento, a una política del devenir, a una política concebida como experimentación. El devenir es cuestión de virtualidad y de acontecimientos, pero
también de dispositivos, de técnicas, de enunciados, es decir de una multiplicidad de elementos que constituyen un agenciamiento a la vez pragmático y experimental. El devenir implica también la constitución
de lo que podemos nombrar, utilizando un término general, “instituciones”, y que no es preciso identificar con las del poder constituido. En efecto, se trata de instituciones paradójicas, puesto que deben ser tan inestables, agrietadas, excéntricas, fracturadas, como los devenires que deben favorecer.

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