El primer paso negativo de mi andadura supone la deconstrucción
del ideal ascético: para llevarla a cabo, trataremos de
acabar con los principios de la lógica renunciante que tradicionalmente
relacionan el deseo y la falta para después definir
la felicidad como lo completo o como autorrealización en, por
y para el prójimo; evitaremos sacrificar la idea que la pareja fusionada
propone la fórmula ideal de esta hipotética cima ontológica;
cesaremos de oponer encarecidamente el cuerpo y el
alma, pues este dualismo, que ha resultado un arma de guerra
temible en manos de los amantes de la autoflagelación, organiza
y legitima esa moral moralizadora articulada sobre una positividad
espiritual y una negatividad carnal; renunciaremos a
asociar hasta la confusión el amor, la procreación, la sexualidad,
la monogamia, la fidelidad y la cohabitación; recusaremos
la opción judeocristiana que amalgama lo femenino, el pecado,
la falta, la culpabilidad y la expiación; se estigmatizará la
connivencia entre el monoteísmo, la misoginia y el orden falocrático;
fustigaremos las técnicas del autodesprecio puestas
en circulación por las ideologías pitagóricas, platónicas y cristianas
—continencia, virginidad, renuncia y matrimonio-, sobre
cuyo espíritu se ha erigido nuestra civilización; subvertiremos
la familia, esa célula básica primitiva de la política estructuralmente
apoyada en ella. Varios siglos de judeocristianismo pueden
comprenderse así y luego ser anulados..

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